Parece que cuando llega el último mes del año el cuerpo pide clásicos: escuchar a Frank Sinatra, ver belenes y bombillas de colores, comer polvorones y turrón de chocolate, quedar con gente querida a la que no se ve con frecuencia. En fin, lo que viene siendo una buena dosis de bendita ñoñez navideña. Apelando a este puntito tradicional traigo Carrasviñas Dorado, un histórico tanto por la bodega que lo hace (Félix Lorenzo Cachazo, uno de los ocho «fundadores» de la DO Rueda en los 80) como por el tipo de vino: Verdejo y Palomino bien maduritos con crianza oxidativa a la intemperie (quién dijo miedo al contraste térmico vallisoletano) en damajuanas de cristal durante dos años y el mismo tiempo en madera.
Un vino tradicional cuya producción cayó durante las décadas pasadas, aunque esta familia nunca abandonó su elaboración, para recuperarse en estos últimos años (aunque no nos engañemos, de manera minoritaria, pero bien hecha, eso sí). Tanto es así que este año Carrasviñas Dorado estrenó botella y etiqueta, una revisión más modernita de su vino tipo amontillado de toda la vida, lo que los marketinianos llaman un restyling.
Es seco, complejo, generoso, con esos frutos secos tan característicos, pero con algo distinto
El vino es seco, complejo, recuerda a un amontillado, generoso, con esos frutos secos tan característicos, pero con algo distinto, esa marca de los dorados de Rueda que los hace diferentes. Va genial con cualquier aperitivo, pongas lo que pongas: ahumados, encurtidos, salazones, fritos, fríos, calientes. Con todos ellos el vino será capaz de sacarte una sonrisa bobalicona de felicidad. Así, sin venir a cuento, o precisamente por ese estado que nos induce.
Vamos, ideal para Navidad. Así que brindemos con él y por él, que para hacerlo con burbujas y espumosidades ya vais a encontrar recomendaciones a barullo estos días.
¡Salud! Y… ¡¡Feliz Navidad!!